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Abdennur Prado

Bismil-lâhi ar-Rahmani ar-Rahim

Dice el Corán: "Todo lo hemos creado por pares" (51:49)
También dice: "El ser humano ha sido creado en tensión" (90:4)
Y también: "Se os ha prescrito el combate, aunque no os guste" (2:216)

Polaridad, tensión y lucha son constitutivas del humano en tanto criatura de Al-lâh. En principio, los humanos tenemos una perspectiva limitada de las cosas. Percibimos el mundo como un conjunto de entes consistentes en sí mismos. Tendemos a ver las cosas y no las relaciones entre ellas ni lo que verdaderamente las sostiene. No por un defecto nuestro sino porque así es como se nos presentan a la percepción. No vemos la unidad sino la polaridad. De ahí la tensión y también la necesidad del combate para superar este estado de dualidad.

La tensión, la polaridad y la lucha tienden a volcarse en la exterioridad, cuando somos gobernados por el ego que se afirma como señor de la existencia. Entonces nos comportamos como cafres, de forma cruel y zafia, egoísta y destructiva. Mientras la mente dual nos gobierna, más sólidas nos parecen las oposiciones. Mientras más nos dejamos arrastrar por lo creado, más crece la tensión. Mientras más nos afirmamos como un ego separado del resto de las criaturas, más nos enquistamos en una interminable sucesión de enfrentamientos y concebimos la vida en términos de lucha por la supervivencia. Y ahí, ya se sabe, vencen los más fuertes.

Pero polaridad, tensión y lucha también pueden resolverse en la armonía entre contrarios y en una paz dinámica, en la medida en que nos abrimos a los demás y nos descentramos del ego a través de buenas y bellas acciones: acompañar a alguien, hacer un regalo, visitar a una persona enferma, contestar con dulzura, dar caridad, escoger lo noble. Dice el Corán: "¡gastad en los demás!" Hemos entrado en el islam, el camino de la comunidad y de la entrega confiada a lo divino. No se trata en realidad de hacer un catálogo de virtudes y de vicios, sino del modo como respondemos a cada situación. Nuestra actitud esencial ante la vida.

En cualquier caso, la polaridad y el enfrentamiento no desaparecen. Siempre que hay islam, hay kufur. Si hay belleza, hay fealdad. Si hay generosidad, hay egoísmo. Si hay bondad, hay maldad. Si hay luz, hay sombra. Y no están tan lejos como la mente dual supone. Conviven en nosotros como posibilidades latentes que se pueden activar en una u otra dirección. Nadie está libre de comportarse como un cafre por proclamarse musulmán.

Por eso, para movernos en este plano necesitamos criterios que nos permitan discernir, normas de convivencia, valores que aplicar, rituales que nos conecten con Al-lâh, leyes que protejan a los débiles y garanticen los derechos de las minorías, instituciones que combatan la usura y repartan la riqueza, y que garanticen la preservación del medio ambiente... En este plano la revelación es considerada como una ley que regula las relaciones entre las criaturas. Al-lâh es al-Malik, el Rey que gobierna todas las cosas. Esta por encima de todo. Le debemos obediencia. La base de la ley es la justicia: evitar la opresión y garantizar la equidad. Al-lâh es Justo, al-Adl. El símbolo de la justicia es la balanza: dar a cada criatura sus derechos y mantener el equilibrio. En esto consiste el islam en tanto tradición de sabiduría universal. Es lo divino masculino.

Pero Al-lâh no es solo un Soberano sentado en el trono de su omnipotencia. Es también alWadud, el amoroso. Y es ar-Rahman, una matriz de vida que nos acuna y de la cual recibimos inspiración, aliento y guía. Podemos estar en el islam sin haber alcanzado la intimidad con Allâh. Para ello debemos dar un paso más, si Al-lâh quiere. Esto no puede ser obligatorio porque aquí la ley que rige es otra. Dice el Corán que la rahma de Al-lâh “abarca todas las cosas” (7:156) y que Al-lâh “se ha prescrito a sí mismo la rahma” (6:54). Rahma se relaciona con rahâm, que significa útero o matriz. Podemos traducir los nombres “al-Rahman al-Rahim” como el Matriciante, el Matricial. Es lo divino femenino.

La práctica contemplativa nos activa en esta dirección; más que activarnos nos hace receptivos y nos ayuda a aguzar nuestra sensibilidad. Abdicamos de nuestra soberanía, aunque sea por un rato. La mente cede. No desaparece, pero da paso a la visión. Descendemos desde el plano de la dualidad hacia la matriz de la existencia. Comprendemos que de ella surgen los opuestos que nos atenazan. Tanto lo bueno como lo malo proceden de Al-lâh, aunque a nuestro ego le cueste aceptarlo. Entramos en la intimidad con la divinidad. Dice el Corán: "Y si Mis siervos te preguntan por Mí, diles que estoy cerca" (2:186). Al-lâh es interno a lo creado.

Al-lâh siempre esta cerca de nosotros, pero el humano es olvidadizo y tiende a dejarse arrastrar por lo creado. Para experimentar la cercanía de Al-lâh hay que crear momentos de recogimiento, en los que tratamos de hacer un vacío de representaciones, de vaciar la mente y limpiar nuestra mirada. El arquetipo es el del profeta en la cueva de Hira: una matriz en la montaña. La matriz en la que penetramos no es la de nuestra madre sino la matriz universal. En el silencio de la cueva contactamos con el corazón y sentimos la presencia vivificante de Al-lâh. Respiramos y podemos comprobar que somos criaturas carnales en las que alienta el hálito divino: somos también seres espirituales. Comprendemos que en la matriz divina no hay separación. Sentimos el asombro ante la existencia en su unicidad, como un estrato anterior a todas las polaridades. Y aprendemos a mirar desde una conciencia enamorada, inshallah.

En la contemplación vislumbramos la unidad. Aprendemos a ver el mundo como teofanía. Descubrimos que todas las polaridades que habíamos percibido como algo consistente, tienen su origen en la unicidad divina. Esto equivale a ver a Al-lâh en su unicidad, sin separar su carácter matricial de su soberanía, su rigor de su compasión, su Majestad de su Belleza. Es a la vez inmanente y trascendente a lo creado. Descubrimos que la distinción y la polaridad no son lo primigenio sino un efecto de este. Dejamos de estar enfrentados con el mundo y aprendemos a aceptar. Lo que antes eran oposiciones férreas se muestran relativas. Los taoístas hablan de la nivelación de todas las cosas.

Esto nos hace flexibles, pues aprendemos a ver el islam en el kufur y el kufur en el islam. Sucede entonces que despierta en nosotros una profunda empatía hacia las criaturas, sean como sean, sean quienes sean. El reto consiste en traer esa mirada compasiva al mundo de la polaridad. Aprender a ver los conflictos no desde nuestro ego sino desde la conciencia de la unicidad que subyace a ellos. Vemos entonces al kufur como a nuestro hermano en Al-lâh; y, en vez de desear con todas nuestras fuerzas derrotarlo, desearíamos verlo despertar al bien y a la belleza. La tradición islámica habla incluso de convertir al propio Shaytán al islam. Aún sin dejar de combatir, es esa mirada compasiva lo que hace posible la paz. No la paz de los vencedores, en la cual siempre hay alguien por encima, sino la paz de Al-lâh. La del entendimiento y comprensión entre contrarios.

Dar a cada cosa su lugar; respetar su haqiqa, su verdad y su derecho intrínsecos. Tratar a cualquier cosa como una creación divina. Cuidar de uno mismo y cuidar de los demás. Esto es lo que nos permite vivir una vida justa, equilibrada, inshallah. Este equilibrio debemos conseguirlo en nosotros mismos para que se refleje en nuestros actos. A nivel anímico, se trata de integrar las dimensiones masculina y femenina y realizar en nosotros la unión de los opuestos. Pues, como dijo un sabio: "a Al-lâh se lo conoce por la unión de los opuestos". Esto no es algo que pueda lograrse en un instante. Hay mucho trabajo por hacer: el gran yihad, el combate por la mejora de nosotros mismos, inshallah.

Abdennur Prado:

Nacido en Barcelona, España, es un prolífico escritor y poeta. Fue fundador y presidente del Consejo Islámico de Cataluña desde el 2005 hasta su disolución en 2011. Dirigió y fue redactor de la importante página web Webislam, donde ha publicado más de un centenar de artículos sobre el pensamiento islámico y asuntos de actualidad (2001-2010). Es autor de numerosos libros, entre los que se cuentan: El Abraham de nuestro ser, Iniciación al saboreo del Islam, Pensar el amor, La visión de los acantilados (en Mandala Ediciones), y El islam anterior al Islam (Editorial Oozwbap), El islam como anarquismo místico (Virus Editorial), El lenguaje político del Corán (Editorial Popular), Genealogía del monoteísmo: La religión como dispositivo colonial (Akal), y El rostro materno de Allah (Editorial Cántico), entre otros títulos.